El extraño caso del Desierto Negro egipcio

Probablemente lo primero que evoquemos al pensar en el Sahara sean las dunas de arena amarilla que se pierden a lo lejos; sin embargo, viajar al Desierto Negro egipcio cambia por completo esa imagen tan recurrida y nos traslada a un insólito paisaje donde predominan los tonos oscuros.
Algo similar captó la sonda Perseverance al aterrizar en Marte: una extensa región formada por inusuales montículos que se esparcen sobre arenosas llanuras, solo que esta vez el rojo no es el color protagonista sino los anaranjados, los marrones y el negro.
Se trata de uno de los parques naturales que forman el área sahariana de Egipto, al cual se accede tras un recorrido de cuatro o cinco horas desde El Cairo y que, a pesar de ser remoto y desolado, resulta un adelanto de los anhelados viajes a otros mundos y un festín para los apasionados de la geología.
Situado entre el oasis de Bahariya y la depresión de Farafra, a unos 400 kilómetros al suroeste de la capital, el raro paraje comprende colinas, mesetas y estructuras rocosas a las que la erosión de los vientos cubre con una oscura capa de dolerita y cuarcita de hierro, dotándolas de un aspecto misterioso y fascinante que solo se encuentra en los volcanes.
En este fenómeno eruptivo y en los posteriores cambios de la corteza terrestre encontramos la explicación de tan extraño caso pues, según los expertos, hace 180 millones de años –durante el Jurásico temprano– se produjo una intensa actividad volcánica que afectó todo el planeta, dando como resultado la formación de rocas basálticas.
En contraste con esa aridez, al norte y al sur se extienden los oasis de Bahariya y Farafra, respectivamente, refrescantes ecosistemas donde viven poblaciones beduinas apegadas a sus tradiciones familiares, que aún construyen viviendas de adobe.
En ambos sitios abundantes pozos de aguas termales y una variada vegetación le recuerdan al viajero que todavía sigue en el planeta Tierra.
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